Capítulo 1
Un fade torcido —Quédate quieto y mira directamente al espejo— me dijo Mamá mientras encendía la máquina recortadora.
El zumbido me puso un poco nervioso. Me acomodé en mi banquillo, en el baño que compartía con toda mi familia de seis personas (tres adultos y tres niños). Era domingo por la noche, antes del inicio del tercer grado y estaba en medio de una tradición familiar. En la familia Jones, a ninguno de los niños les cortaban el pelo antes de cumplir nueve años. Hasta ahora, mi mamá siempre me había hecho trenzas cosidas y a mí me gustaba así, pero estaba emocionado por mi primer corte de pelo real.
Había estado mirando los cortes de pelo de mis amigos durante todo el verano para tener ideas.
Mi amigo Xavier, que vivía al otro lado de la calle, hizo que su padre superchévere le cortara el pelo con el más increíble
hi-top fade. Pero el señor Boom era un exmarine muy estricto. Había dejado claro que SU tiempo y SU dinero eran solo para SUS hijos. Aun cuando nos llevaba a comprar helado, se aseguraba de que los papás de todos les dieran a sus hijos suficiente dinero para pagar por sus cosas. De ninguna manera yo le pediría algo jamás.
«¡Regresa con cinco dólares!», me lo imaginaba diciendo si le pedía un corte de pelo.
Y querría responderle gritando:
«¡Sus precios son muy altos!».
Pero no con el señor Boom. A él simplemente le contestaría «¡Sí, señor!» a todo.
Mi mejor amigo, Jordan, que vivía al lado, también tenía un corte de pelo chévere, gracias a su hermano mayor, Naija.
Naija ya se había graduado de la universidad. Llegaba a la casa después del trabajo, se cambiaba la ropa, que era de lo más cool y, a veces, cortaba su pelo y el de Jordan. Tenía destrezas y podía rapar diseños como de barajas en su nuca. Yo lo miraba y estudiaba su técnica durante horas. Pero esto ya casi no pasaba. Naija era un hombre adulto con un trabajo de tiempo completo, un auto nuevo y una novia. Ya no tenía tiempo para cortar pelo todo el día.
Sin embargo, tampoco quería solo copiar los cortes de pelo de mis amigos. Tenía tanto pelo que quizás podría tener un afro corto con
edge up como Steph Curry. O tal vez hasta algo más atrevido como el quarterback de los Chiefs de Kansas City, Patrick Mahomes.
Jordan tenía un iPhone y, a veces, yo miraba los hashtags de barberos en su cuenta de Instagram. Me encantaba el señor que rapaba diseños en la cabeza de la gente y luego coloreaba el contorno con un lápiz.
Yo era un buen artista. Siempre tenía en mi mochila un set de lápices de colores y papel para dibujar cada vez que pudiera. Después de ver aquellos posts en Instagram, empecé a dibujarme con todo tipo de personajes de Marvel rapados en mi nuca.
En el fondo, sabía que no conseguiría que me raparan El sorprendente Hombre Araña ni cualquiera de aquellos otros estilos que de verdad me gustaban, especialmente porque solo había una barbería en la ciudad, Hart and Son. Ellos ofrecían tres tipos de cortes de pelo para niños: el rapado a cero, el corte César y el
fade. A veces iba con mis amigos los sábados, y que te hicieran un corte de pelo allí tomaba más tiempo que uno de los sermones del pastor los domingos. Tu día se hacía trizas. Pensé que mi madre podría hacerme algo simple y, además, sabía que no teníamos dinero extra para gastar.
—Quiero un
fade básico —le dije a mi mamá.
Le pedí su teléfono y le mostré una foto de Michael B. Jordan, el villano de la película
Pantera Negra.
—Bien, cariño —contestó—. No puedo creer que vas para el tercer grado.
Disfrutaba mucho el tiempo que mi mamá dedicaba todas las semanas para arreglarme el pelo. Mi hermano menor, mi hermana mayor y mis abuelos vivían con nosotros. Era difícil pasar tiempo a solas con Mamá. Especialmente porque ella SIEMPRE parecía estar en la escuela, ¡incluso más que yo!
Al principio nos dijo que regresaría a la universidad para convertirse en enfermera. Pero después de trabajar seis meses en el hospital, renunció.
—Detesto el hospital —nos dijo Mamá una noche después de un largo turno—. No tratan a todos de la misma manera.
No sé exactamente qué pasó, pero solía escucharla hablar con mi abuelo sobre la gente a la que no atendían porque no tenían seguro médico o ¡pacientes a los que les daban pastillas que no necesitaban!
Así que una noche, mientras estaba sentada en la mesa con lágrimas en los ojos, el abuelo le dijo que si le desagradaba tanto el trabajo, simplemente tenía que dejarlo.
—Hay muchísimos otros trabajos en el mundo —le dijo.
Sabía que esto era difícil para ella. Mamá amaba la medicina y su sueño era convertirse en enfermera y ayudar a los enfermos. Me sentí muy orgulloso de ella cuando escuché lo bien que lo hacía, y sobre lo limpias y organizadas que mantenía todas las habitaciones de los pacientes. Esto hizo que yo también mantuviera mi cuarto más limpio.
Así que Mamá regresó a la escuela para obtener algo que llamaban una maestría en Administración de Empresas, y sus libros gruesos que antes decían ANATOMÍA ahora tenían títulos como ESTADÍSTICAS 101 y GERENCIA. Ella nos dijo que había visto un puesto vacante en la oficina del alcalde, pero necesitaba esa cosa llamada maestría para solicitar el trabajo.
Mamá es súper inteligente. No siempre sacaba un 100 en sus pruebas, y no esperaba que nosotros lo hiciéramos, pero nos decía que lo importante era que siempre tratáramos lo mejor que pudiéramos.
Después de que mi abuelo sufrió un ataque al corazón hace un par de años, todos nos mudamos con él y con mi abuela.
«Será solo por dos meses, hasta que Abuelo se sienta mejor. Luego nos mudaremos otra vez con Papá», nos dijo mi mamá.
Bueno, dos meses se convirtieron en dos años.
Papá enviaba dinero, a veces, y Mamá nunca hablaba mal de él, pero realmente nunca supe por qué se separaron. Ellos se conocieron cuando ambos eran estrellas de atletismo en Mississippi Valley State, y todavía hoy día Mamá tiene lo que ella llama sus «piernas de corredora». A veces ella hacía carreras contra mí y mi hermana alrededor de la pista grande en el high school local, y nos recordaba por qué su apodo de niña era «Chita».
Así que éramos mi mamá; mi hermana mayor, Vanessa; mi hermano menor, Justin; y mis abuelos, el señor y la señora Slayton Evans, todos en una casa vieja construida en la década de los treinta. Como casi todas las casas en Meridian, Mississippi, esta tenía un porche cerrado para que pudieras sentarte afuera cuando hacía calor, que era la mayoría de los días, y todas las habitaciones estaban en una sola planta. Por suerte, aun así yo tenía mi propia habitación porque Vanessa dormía con Mamá y a Justin le encantaba dormir con mis abuelos.
—Cariño, ¿me oíste? —preguntó Mamá. Miré la hora en su teléfono. Habían pasado cerca de veinte minutos y ya había terminado de cortarme el pelo.
—Bueno, ¿qué te parece? —me dijo—. No puedo creer lo grande que te ves.
Me miré en el espejo.
Lo que vi no era bueno.
Mi mamá me había cortado el pelo, sin duda, pero el nacimiento de mi pelo parecía una colina o una cordillera. Definitivamente no era recto como lo había visto en las fotos ni en mis amigos.
—No puedo ir a la escuela mañana luciendo... ¡así! —le dije a mi mamá.
—No hay nada malo con tu pelo —me dijo—. No vas a faltar a la escuela el primer día de clases. Ahora, por favor, prepárate para irte a la cama.
Suspiré y mis hombros cayeron tres pulgadas mientras alcanzaba mi cepillo de dientes y me preparaba para lavarme los dientes.
Aquella noche no pude dormir.
¿Podría fingir que estaba enfermo?
Mi pelo se veía terrible.
No quería que nadie en la escuela me viera así.
¿De cuántas maneras podría la clase de tercer grado de mi escuela primaria, la Douglass Elementary, burlarse de un mal corte de pelo?
Bueno, estaba a punto de averiguarlo.
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